Sábado 8 de mayo de 2010 por la tarde. Un programa de radio se dedicó al tema que llamó robo de identidades en la Web. Una figura del espectáculo aparece con su propia página. Cuenta anécdotas de su vida, chismes sobre su mundo, contesta mails de sus fans, propone encuentros a sus admiradores.
Pero nada de esto es verdadero. Alguien ha usurpado su identidad, ha inventado una realidad y contesta los mensajes que se le envían. No es un juego, las consecuencias, por ahora, son molestias a la verdadera figura, cuando los desairados piden explicaciones en persona, a la salida de la radio, del canal de televisión, de la sala teatral, o en otro lugar público. Son molestias de intensidad creciente, cada vez más gente del público se exaspera cuando reclama. Hoy por hoy, el conocimiento de informática que requiere la Web es escaso, no hay cultura de búsqueda de información, así, no sorprende que una figura tenga dieciocho páginas personales. Nadie se alerta sobre el trabajo de mantener una página propia, multiplicado por tal cantidad. Semejante dato da la pauta de que algo no anda bien, pero así están las cosas.
La pregunta es qué lleva a alguien a tomar la identidad de otro, a copiar fotos públicas y notas de los medios gráficos y de la Web, reelaborarlas, lanzarlas al ciberespacio, contestar mails y desentenderse de las consecuencias desde su anonimato. Se denuncia también un incipiente beneficio espurio, de orden económico, con estas usurpaciones.
Eso no es todo, el usurpador defrauda también a los seguidores que confían sus ilusiones y se sorprenden gratamente de la facilidad con que su figura admirada les contesta. Les dura hasta el desengaño que sufren cuando descubren la realidad.
El robo es a una persona pero la estafa es múltiple, abarca también a su público.
El punto es ese desplazamiento que va desde la admiración que exalta al seguidor hasta esa amenaza de destrucción de la realidad pública del otro, defraudación que se ubica más cerca o más lejos de concretarse.
En una época en que nada de nuestro mundo informático existía, en que el ciberespacio no se imaginaba siquiera, una ficción se adentraba en este fenómeno psíquico.
En su cuento William Wilson, de 1839, Edgar Allan Poe, 1809-1849, trata el tema del doble. Desde la pubertad hasta su muerte su doble acompaña al protagonista. Construyéndose más y más a su semejanza, irrumpe en su vida, acarreándole infortunios, provocaciones y desasosiegos, desnudando sus miserias, frenando sus latrocinios, hasta el enfrentamiento final.
En sus palabras de despedida,
- ¡Asesinándome te has dado muerte a ti mismo!
el doble expone el nudo de esta relación.
En el robo de identidades, recurrir a justificaciones como admiración, amor, identificación con la figura pública cuyo ser se asume, son insuficiente razón. Otros sentimientos los completan. El proceder se anima de temores y revanchas, codicias y avaricias. El amor aludido es escaso en proporción al daño que se causa.
Aquí dimos un primer paso. Ciberidentidades robadas y estafas cometidas en su nombre dan para más hablar. William Wilson, escrito hace 171 años, acercó otras claves.
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