II/III La partición de los cronistas
En la década del 50, hace demasiados años, Erich Fromm llamó la atención sobre el desdoblamiento que exigía la vida moderna. Ilustraba hablando del conductor de un programa de radio, que anoticiaba las tragedias y de ahí pasaba directamente a recomendar unas golosinas o lo que sea, con lo que la coherencia emocional quedaba afectada para quien emitía y para quien participaba escuchando.
Si hubo un maestro para esos pases, fue Hugo Guerrero Marthineitz, el peruano parlanchín. Pausas, inflexiones de la voz, anunciar lo que haría y lo que vendría, mediar con un tema musical, y opinaba, reporteaba, daba las noticias y leía las publicidades. Reconocido melómano, además, pasaba temas que nadie tenía en su discoteca y tarareaba la melodía, intercalaba comentarios y silbaba, por lo que durante mucho tiempo fue criticado por airados –y presuntos- oyentes. Después de unos meses comentó como al pasar, que no tenía oposición a que difundan sus temas en otros programas, pero no lo mencionaban y si él no hacía referencia al título o al intérprete y el autor, los imitadores tampoco las hacían, así que mechaba para estar presente cuando difundieran las copias.
Hacía todo, él mismo, en su programa El Show del Minuto, por Radio Belgrano, de 14 a 19. En el verano 68-69, durante cinco días tuvo en vilo a su audiencia, leyendo un relato fresco, vital y atrapante. Aclararía al terminar la semana de qué se trataba. Leía el primer capítulo de Moby Dick.
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