Acerca de la identificación con el agresor
Sandor Ferenczi
habló, en 1930, de identificación con el agresor refiriéndose al atentado
sexual del adulto, que vive en un mundo de pasión y de culpabilidad, sobre el
niño inocente. El comportamiento descrito como el resultado del miedo es una
sumisión total a la voluntad del agresor y el cambio provocado en la
personalidad es, la introyección del sentimiento de culpabilidad del adulto.
En tanto Ferenczi desarrolló el concepto con relación a niños abusados sexualmente
por adultos, observadores posteriores, teniendo en cuenta las experiencias de
los campos de concentración y sabiendo cuán común es en el mundo la identificación
con el agresor, han aplicado el concepto ampliamente. Hoy es concepto básico en
el vocabulario psicoterapéutico, y es divulgado en series policiales, como L &O: U.V.E., La Ley
y el Orden, Unidad de Víctimas Especiales.
En 1936 Anna Freud describió este fenómeno como mecanismo
de defensa. El sujeto, ante un peligro
exterior –característicamente una crítica de una figura de autoridad-, se
identifica con su agresor, sea reasumiendo por su cuenta la agresión en la
misma forma, sea imitando física o moralmente a la persona del agresor, sea
adoptando símbolos de poder que lo designan.
En el
estudio de Anna Freud, este mecanismo es preponderante en la constitución de la
fase preliminar del superyó, permaneciendo la agresión dirigida hacia el
exterior y no volviéndose todavía contra el sujeto en forma de autocrítica.
Anna
Freud ve actuar la identificación con el agresor en diversas circunstancias,
por ejemplo, agresión física, crítica, y otras, pudiendo intervenir la
identificación antes o después de la agresión temida. El comportamiento que se
observa es el resultado de una inversión de los papeles y el agredido se
convierte en agresor.
Los
autores que atribuyen a este mecanismo un importante papel en el desarrollo de
la persona valoran de distinto modo su alcance, especialmente en la
constitución del superyó.
Anna
Freud describe una primera fase en la cual se invierte el conjunto de la
relación agresiva: el agresor es introyectado, mientras que la persona atacada,
criticada, culpable, es proyectada al exterior. En un segundo tiempo la
agresión se volverá hacia el interior, interiorizándose el conjunto de la
relación.
Daniel
Lagache sitúa la identificación con el agresor en el origen de la formación del
yo ideal: en el conflicto de demandas entre el niño y el adulto, el sujeto se
identifica con el adulto dotado de omnipotencia, lo que implica el
desconocimiento del otro –el niño inerme-, su sumisión, incluso su abolición.
En cuanto
a la presunción del psicoanálisis acerca de la inocencia del niño abusado, la opinión
crítica más absurda que ha pervivido a través de los años es que algunos niños
no son inocentes, lo que sostienen apoyándose en la evidencia de sus comportamientos
sexuales. Estudios estadísticos y clínicos en todo el mundo, posteriores a
estas afirmaciones del psicoanálisis, han demostrado que los niños reproducen
en sus juegos, palabras y fantasías las situaciones estresantes padecidas. Su proceder
denuncia los abusos padecidos. En cuanto a adolescentes y adultos también puede
darse que recreen situaciones padecidas, con distintos grados de elaboración. Ejemplos
hay muchos y uno de ellos se encuentra en Cowboy de medianoche,
Midnight Cowboy, de 1969.