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martes, 13 de diciembre de 2011

IV/IV Acerca de la identificación con el agresor


Acerca de la identificación con el agresor
 
Sandor Ferenczi habló, en 1930, de identificación con el agresor refiriéndose al atentado sexual del adulto, que vive en un mundo de pasión y de culpabilidad, sobre el niño inocente. El comportamiento descrito como el resultado del miedo es una sumisión total a la voluntad del agresor y el cambio provocado en la personalidad es, la introyección del sentimiento de culpabilidad del adulto.

En tanto Ferenczi desarrolló el concepto con relación a niños abusados sexualmente por adultos, observadores posteriores, teniendo en cuenta las experiencias de los campos de concentración y sabiendo cuán común es en el mundo la identificación con el agresor, han aplicado el concepto ampliamente. Hoy es concepto básico en el vocabulario psicoterapéutico, y es divulgado en series policiales, como  L &O: U.V.E., La Ley y el Orden, Unidad de Víctimas Especiales.

En 1936  Anna Freud describió este fenómeno como mecanismo de defensa. El  sujeto, ante un peligro exterior –característicamente una crítica de una figura de autoridad-, se identifica con su agresor, sea reasumiendo por su cuenta la agresión en la misma forma, sea imitando física o moralmente a la persona del agresor, sea adoptando símbolos de poder que lo designan.

En el estudio de Anna Freud, este mecanismo es preponderante en la constitución de la fase preliminar del superyó, permaneciendo la agresión dirigida hacia el exterior y no volviéndose todavía contra el sujeto en forma de autocrítica.

Anna Freud ve actuar la identificación con el agresor en diversas circunstancias, por ejemplo, agresión física, crítica, y otras, pudiendo intervenir la identificación antes o después de la agresión temida. El comportamiento que se observa es el resultado de una inversión de los papeles y el agredido se convierte en agresor.

Los autores que atribuyen a este mecanismo un importante papel en el desarrollo de la persona valoran de distinto modo su alcance, especialmente en la constitución del superyó.

Anna Freud describe una primera fase en la cual se invierte el conjunto de la relación agresiva: el agresor es introyectado, mientras que la persona atacada, criticada, culpable, es proyectada al exterior. En un segundo tiempo la agresión se volverá hacia el interior, interiorizándose el conjunto de la relación.

Daniel Lagache sitúa la identificación con el agresor en el origen de la formación del yo ideal: en el conflicto de demandas entre el niño y el adulto, el sujeto se identifica con el adulto dotado de omnipotencia, lo que implica el desconocimiento del otro –el niño inerme-, su sumisión, incluso su abolición.

En cuanto a la presunción del psicoanálisis acerca de la inocencia del niño abusado, la opinión crítica más absurda que ha pervivido a través de los años es que algunos niños no son inocentes, lo que sostienen apoyándose en la evidencia de sus comportamientos sexuales. Estudios estadísticos y clínicos en todo el mundo, posteriores a estas afirmaciones del psicoanálisis, han demostrado que los niños reproducen en sus juegos, palabras y fantasías las situaciones estresantes padecidas. Su proceder denuncia los abusos padecidos. En cuanto a adolescentes y adultos también puede darse que recreen situaciones padecidas, con distintos grados de elaboración. Ejemplos hay muchos y uno de ellos se encuentra en Cowboy de medianoche, Midnight Cowboy, de 1969.  

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