A mediados de los 60, conocí
otra Villa. Aun siendo menores de edad, podíamos viajar en micros de larga
distancia, alojarnos y conseguir trabajo.
Se usaba caminar descalzo, pero
el calzado más usual en la Villa eran las alpargatas negras, sin cordón. También usábamos los mocasines
sin suela que hacían los artesanos de Gesell. Un par de ellos fue uno de mis
primeros regalos a Cristina. Dos quilmeños con mocasines de la Villa. Años después
encontré -también vivía en Quilmes-, a Juan Carlos, uno de los artesanos que
hacían ese calzado entre otras prendas.
Pipach era para parejas grandes,
Cariño Botao para los más jóvenes, pero si habían alcanzado la mayoría de edad, y Mouche Verte, un club de jazz, tocaba
Greco; nosotros íbamos al café de la
galería a escuchar a Willie y su guitarra, y entonábamos con él sus canciones.
La Pastelería Holandesa tenía mesas y asientos de tablones rústicos en el parque y concurríamos un número pequeño de FyL. Café y conversar, como en el Politeama o La Paz, de Buenos Aires. A través del tiempo, me quedó la afición por sus cookies, cuando paso o cuando sé de alguien que va a Gesell, trato de no perderlos.
Los estudiantes de Filosofía y
Letras de la UNBA –aun no habíamos perdido la N- teníamos una presencia
importante y anochecíamos en la playa discurriendo filosofía, sociología, y
algo de psicología e historia.
Cada quien aporta sus recuerdos
para una memoria colectiva y esto es lo mío, traigo lo que no he encontrado en
otras reseñas.
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