Ricardo Fort saltó a la fama
como personaje de TV, en el programa de Marcelo Tinelli. Hombre de la noche, hacía
un personaje que imponía la extravagancia de su atuendo -ropajes y joyería-.
Viniendo de una familia de
empresarios de golosinas ampliamente popular (¿qué argentino enamorado no
regaló a su chica un Dos Corazones?), incursionó en el
mundo del espectáculo, desencadenando una batalla mediática en los programas de
comidillas -nunca mejor dicho, apropiado cuando estamos hablando de chocolate-.
Dirigió y produjo espectáculos
teatrales en Carlos Paz y En Buenos Aires, reuniendo a las figuras que queremos
ver y no están en los medios. La crítica que recibió es que regalaba entradas
para llenar la sala. En esas lides vi un reportaje a su público: le agradecían
la única posibilidad de ir a un teatro a reencontrarse con artistas queridos a quienes
extrañaban.
Narra el imaginario social que
su familia tuvo una primera reacción de rechazo a su intento de popularidad, pero
cuando las ventas de la empresa se elevaron rápidamente 50%, se acallaron las
protestas.
En la esquina de Coronel Díaz y el Boulevard
Charcas, está uno de los Cafés Fort de esta ciudad. Ya sé dónde iré a tomar un
café con Cristina.
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