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lunes, 8 de noviembre de 2010

Jill Clayburgh 2

En el Epílogo de CONSTRUCCIÓN DEL AMOR Acerca de relaciones duraderas, comento una cinta de Jill Clayburgh, fallecida anteayer, de leucemia, que enfrentó durante los últimos veinte años. Aquí, esas líneas,

Griffin & Phoenix: a Love Story, con Jill Clayburgh y Peter Falk, 1976, dirigida por Daryl Duke, cuenta la historia de un hombre y una mujer, que, pasados sus cincuenta años, se descubren desahuciados de cáncer terminal. Eligiendo la soledad, dejaron sus familias, alejándose para no compartir el deterioro final que sufrirían. Pero no se puede ir contra el amor. Se encuentran, se enamoran y viven su romance.
Las ganas de vivir de ambos, de amar, de morir enteros, no hablamos de amputaciones, hablamos de su capacidad de sentir.
Ella fallece en primer lugar. Él la ha acompañado hasta el final. No le basta. Visita su tumba en el cementerio. La lápida, nada formal, de la que ella en persona se ocupó en adelantar, antes de sus datos personales, tiene esculpido un saludo,
- Hi, Grif!
- ¡Hola, Grif!
El amor sobrepasó a la muerte.
No todo es tan feliz.
En la escena final, el operario de mantenimiento pinta un tanque de agua a veinte metros de altura. Con esa pintada borra una leyenda, enmarcada en un corazón, escrita por un enamorado, cincuentón, enfermo terminal y ya desaparecido,
- Phoenix & Griffin.
En ese orden, ella en primer lugar, a contramano el título de la cinta.
Existió un romance, existieron sus protagonistas, existieron sus recuerdos, cada vez más distantes en el tiempo, más lejanos en el mundo, más ignorados por las personas a las que amaron, por sus hijos. Eso no borra su historia, subsumida en otros romances, revivida por otros protagonistas, reaparecida en otros recuerdos, citada en otros verbos, dibujada en otras mentes.
No se trata de que nos preguntemos dónde habrán ido nuestras bodas eternas, dónde estará quien hemos amado. No sumamos saldo a nuestro haber multiplicando tantas veces los gestos de ese amor. No basta saber que existió, no basta llevar sus recuerdos grabados en el alma, no basta decirnos su nombre a solas cuando se nos disparan en la mente las escenas vividas, las imágenes palpadas. No basta no esperar, no basta esta soledad. Se trata de hacer algo más que sufrir, de sentir algo más que dolor.
Es la invitación a entronizar ese amor en el mejor lugar de mi vida, de renovarlo cada vez que respiro, cada vez que palpita mi corazón, de instaurarlo en la dimensión merecida por sí y urgida por los dones que de mí descubrí. Hablo de dar un paso más, está en mi historia y no lo guardaré en lugar de los recuerdos. Hablo de plasmar en la mejor de las realidades esos sueños que retornan una y otra vez, y que, sé, nunca se irán.

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