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y reseña de la nota publicada en Tiempo Argentino
19.02.2014
| María Pía López,
directora del Museo del Libro y de la Lengua, habla de la exposición que
documenta la influencia lingüística de la inmigración
"Gracias al italiano, hoy hablamos en un castellano al uso nostro"
Desde un mapa que señala los vínculos entre la Argentina e Italia hasta una cantina con una típica carta gastronómica pueden verse en Al uso nostro. El italiano en el lenguaje rioplatense. Realmente, una muestra de la madonna.
Las lenguas se transforman en contacto con las otras, toman palabras prestadas, copian cierta entonación. En el caso del español que se habla en esta zona, al centro del país, la influencia inmigratoria fue determinante. En especial, de la población italiana llegada entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Así, aún hoy hace un frío "de la madonna", se bebe "a piacere" o se llega de "laburar". Cada frase va acompañada por un gesto elocuente. También, por una voz alta y clarísima, que alguna vez hizo a Borges decir con resignación: "Seguramente los argentinos hablamos y gesticulamos como 'cocoliches'". ¿Cuán presente está el italiano en nuestra lengua, en la oralidad cotidiana, en nuestras propias construcciones culturales? Esta es la pregunta que guía Al uso nostro. El italiano en el lenguaje rioplatense, que se puede ver en el subsuelo del Museo del Libro y de la Lengua.
"Cada vez que pensamos una muestra, buscamos hacer evidentes
aquellos aspectos que hacen diferente aún una misma lengua", explica
María Pía López, directora del museo. "Y es que el lenguaje es un campo
heterogéneo. Por un lado se caracteriza por su pluralidad. Y por otro,
tiene una enorme variación. Por eso no estamos de acuerdo con ninguna
postulación normativista o purista respecto a la lengua. Pensamos
propuestas como la que se puede ver hoy cuestionado la idea de que
hablar de determinado manera es hacerlo 'bien' y hablar de otro modo es
hacerlo 'mal'", agrega.
En ese sentido "gracias al italiano hablamos un castellano 'al uso
nostro', pleno de huellas de ese gran movimiento migratorio, con giros,
calcos y palabras que vienen de aquellos dialectos iniciales", continúa.
"Los barcos trajeron lo que se esperaba; es decir, hombres y mujeres
dispuestos a trabajar y poblar- junto a lo inesperado: la complejidad
cultural y la variedad lingüística", agrega.
Al comienzo del recorrido se traza un mapa que une Italia y
Argentina. Específicamente, Lombardía con Santa Fe; Campania, Sicilia y
Luguria con Buenos Aires; Piemonte con Córdoba y Véneto con Río Negro.
La idea es señalar los principales flujos migratorios de cada zona, que
trajo palabras como "bulín", "minga" o pibe" (en el caso lombardo);
"bacán", "encastrar", "fiaca" o "tuco" en el caso de Liguria o "pasta
frola", "chimento", "laburar" o "fayuto" venidos de Campania.
"Hay que tener presente que en Italia no se habla italiano como
lengua general hasta mediados del siglo XX. Es decir, los inmigrantes
que llegan a Argentina hablan dialectos, que no son fácilmente
comunicables entre sí. Esto produce una situación lingüística muy
particular", dice López.
Los hombres de las élites criollas de fines del siglo XIX y
comienzos del XX vieron con muchísima preocupación el contingente
inmigratorio "por considerar, entre otras cosas, que modificaban para
mal la lengua y la cultura argentinas". Por eso la segunda estación de
la muestra "se detiene en las lecturas sobre la inmigración y el impacto
lingüístico, muchas veces peyorativo", explica la directora del museo.
Un recorrido por allí permite recuperar frases memorables. "El
italianismo es esencialmente familiar y vulgar", se queja Renata Donghi
de Halperín en 1925. "Las expresiones foráneas italianas se encuentran
(…) en terrenos subalternos: allí donde se trata de las necesidades
corporales de la comida y la bebida, y la primitiva satisfacción de la
necesidad del adorno", minimiza Rudolf Grossman en 1926.
A pesar de cualquier intento reformista, los dialectos italianos
siguieron filtrándose en el habla cotidiana pero también en la
literatura y el teatro rioplatenses a través del cocoliche, el lunfardo,
el grotesco y el sainete. Claro que en general, el tono comenzó siendo
burlón. Esto llevó a Armando Discépolo a advertir en 1921, en una nota
introductoria de su obra teatral Mustafá: "Estos personajes no quieren
ser caricatura, quieren ser documento. Sus rasgos son fuertes, sí; sus
perfiles agudos, sus presencias brillosas, pero nunca payasescas, nunca
groseras, nunca lamentables. Ellos, vivos, ayudaron a componer esta
patria nuestra maravillosa; agrandaron sus posibilidades llegando a sus
costas desde todos los países del mundo para hacerla polifacética,
diversa. Yo los respeto profundamente, son mi mayor respeto. Y suplico a
esos actores vociferantes que increíblemente aún subsisten que se
moderen o no los interpreten, porque estudiarlos sí, gracias, pero
desfigurarlos, no. Reír es la más asombrosa conquista del hombre, pero
si reír es comprender que se ríe sólo para aliviar el dolor."
El dato
La muestra
Al uso nostro se puede visitar hasta fines de mayo, de martes a
domingos de 14 a 19 en el subsuelo del Museo del Libro y de la Lengua,
Las Heras 2555. La muestra incluye materiales gráficos, fotos y juegos
interactivos. La entrada es gratuita.
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