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FAN › UNA ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA:
MARIA JULIA ROSSETTI Y EL HOMBRE CON EL HACHA Y OTRAS SITUACIONES
BREVES, DE LILIANA PORTER
POESÍA DE PORCELANA
Por María Julia Rossetti
Cuando
ingresé al Instituto de Artes, mis conocimientos del grabado se
reducían a la xilografía, la plana estampa negra. En ese tiempo adquirí
en una librería de usados un par de fascículos de tapa naranja editados
en los ’80: Pintores Argentinos del Siglo XX. Serie complementaria:
Grabadores Argentinos. En letras verdes uno de ellos decía “Porter” y la
imagen de tapa era una fotografía muy granulada en blanco y negro de
una mano con un cuadrado trazado en la palma.
SUBNOTAS
Tiempo después elegí a Liliana Porter para un trabajo de análisis de obra. Me encontré con sus “diálogos” y empecé a familiarizarme con su colección de pequeñas figuras. Me empeñé en vincular a los personajes, en descifrar el código de una conversación entre, por ejemplo, Mickey Mouse y un gaucho argentino. Elaboré hipótesis, llegando a una posible interpretación de un contenido: el “concepto” detrás. Me apropié de la escena cerrando el sentido. Hice una reducción poco feliz de la obra al plano connotativo.
Recuerdo ahora una obra de Porter que vi en 2012 en arteBA. Triptych With Levitating Rabbit, decía el epígrafe. También decía “acrílico, collage, y ensamble sobre tela”. Pensé: ¿importa acaso si es grabado, fotografía, objeto, instalación, acrílico, collage o ensamble sobre tela? ¿Qué importancia tiene el frágil conejito hecho a pulso que proyecta su sombra en la nada blanca del lienzo para ser título? No encontré una sola categoría factible de ser atribuída a esa obra. O esta vez no quise, porque cuando nos enfrentamos a la obra sin categorías quizá podemos por fin acceder a la poesía.
En el Malba, en noviembre pasado, conocí a Liliana Porter por cuarta vez. Frente a la obra pensé: lo lindo es nunca terminar de conocernos. Se trataba de El hombre con el hacha y otras situaciones breves, que me sonó parecido a Tríptico con conejo levitando. La blanca sala, la blanca tarima. Los montones de trizas de porcelana, el polvo rojo, los muñequitos, los cuadernos, la vajilla. Las líneas de lápiz, las partes de un piano, las sogas, el tul celeste, las sillas patas para arriba. No cometería más el error de reducir la obra de Porter a lo decible.
Ahí mismo se detuvo el reloj y mi acompañante y yo –espectador no especializado por así decirlo– nos sacamos el peso del significado de encima. No había nada que aprender, nada que completar con teorías ni referencias. Adiós semántica, me dije; aquí solo opera la sintaxis, y de las más exquisitas. Como esas palabras que nos gustan por su sonido y que junto a otras suenan a música, El hombre con el hacha... deviene poesía, que con intensidades y quiebres se expande en plataformas con distintos niveles de altura, con llenos y vacíos –o ruidos y silencios– constituyéndose en pieza sinfónica, polifónica, contrayéndose a su vez en pequeñas puestas que nos invitaban a introducirnos en ella desde cualquier punto. Totalidad que en su organicidad se percibe cuerpo, se hace palpable en sus texturas y audible en su lírica.
Entonces pensé: en la belleza del montaje está la verdadera experiencia estética. Y eso hace a Liliana una artista accesible y siempre contemporánea.
Al dejar la sala, mi no especializado acompañante dijo: “No recuerdo haber disfrutado tanto de una muestra”. Y muchas visitas a muchos museos vinieron después.
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