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miércoles, 4 de febrero de 2015

58 Indicios sobre el cuerpo: sus protagonistas se desnudaron marcándose los cuerpos con su historia personal

de


radar
Domingo, 1 de febrero de 2015

ESCRITO EN EL CUERPO

Libros 
El año pasado, Emilio García Wehbi realizó una performance llamada 58 Indicios sobre el cuerpo en la que los protagonistas se desnudaban durante tres horas y marcaban sus cuerpos narrando su historia personal. Nora Lezano fotografió ese trabajo y en ese encuentro surgió una afinidad: ambos, cada uno en su medio, miraban el cuerpo desde una perspectiva crítica. Y el resultado de este encuentro es Communitas, un libro que pone a dialogar cien retratos desnudos de Nora Lezano –de más de cien modelos– con cien textos escritos por Wehbi que analizan poética y críticamente el cuerpo como manifestación diferenciada, única e irrepetible, como espacio de resistencia.



Por Emilio García Wehbi
El cuerpo es el campo de batalla donde se han librado todas las guerras. Las de unos cuerpos contra otros, por razones de raza, sexo, cultura, mercado, y la del cuerpo consigo mismo, por las mismas razones. Podríamos hacer un recuento de la historia política del hombre si se hiciese una historia del cuerpo, siguiendo el rastro de aquellos primeros garabateados en las cuevas de Altamira, hasta estos transgénicos que nos regalan los sorprendentes tiempos presentes. De hecho, Foucault –entre muchos otros– lo hizo, enseñándonos que el cuerpo es un mapa político en el que las relaciones de poder operan sobre él de un modo directo o indirecto, pero siempre con la voluntad de disciplinarlo, normativizarlo, reprimirlo. Las armas para el sometimiento del cuerpo han sido tantas a lo largo de la historia que sería extenuante mencionarlas, pero basta con pensar acerca de las estrategias que, por ejemplo, las religiones –todas sin excepción– han utilizado para domesticar a los hombres a través de la pluma, la palabra y el hierro, como para entender que el cuerpo es un territorio a ser invadido, conquistado y colonizado con la misión de imponerle nociones de cultura (buen gusto, estética, mercado, etc.) y así transformarlo en un espacio ajeno a su propia subjetividad. De algún modo, se busca que nuestro cuerpo no nos pertenezca, y somos invadidos –como en una película de ciencia ficción o terror– por unos usurpadores de cuerpos que en nombre de la moral o la belleza o la salud o la economía, van delineando en él sus políticas de dominación. Finalmente terminamos odiando nuestro propio cuerpo y buscamos modificarlo por medio de intervenciones externas, tales como operaciones estéticas absurdas, crueles dietas, o atuendos delirantes que, a modo de corsets contemporáneos, lo que verdaderamente están modelando es nuestro cerebro, nuestra libertad y nuestro deseo.
Pero también hay que decir que a lo largo del siglo XX y del XXI se han desarrollado bolsones de resistencia a esta política de sometimiento del cuerpo a la norma desde muchos campos sociales, y el arte, con variadas estrategias, ha sido parte de ese gesto de liberación.
Como artistas, Nora Lezano y yo hemos mirado el cuerpo a través de nuestros propios medios (fotografía y artes performativas, respectivamente) en una misma sintonía y desde una perspectiva crítica acerca de la domesticación de los mismos (incluso dentro del campo del arte). Y es debido a esta afinidad que nació como proyecto el libro Communitas, como una posibilidad de encuentro material en donde poder cruzar nuestras disciplinas en favor de un discurso estético sobre el cuerpo singularizado como espacio de resistencia.
CUANDO EL CUERPO SE LIBERA, LOS DIOSES SE QUEDAN SIN TRABAJO.
La prehistoria de este trabajo se remonta a mediados del año pasado, en el que realicé una performance en Buenos Aires titulada 58 Indicios sobre el cuerpo y en la que, tomando el texto homónimo de Jean Luc-Nancy, hacía ingresar consecutivamente a 58 performers que durante tres horas se desnudaban e interpretaban ese material textual aforístico-filosófico mientras marcaban su cuerpo con un trazo de arcilla fresca a modo de cicatriz y, acompañados por un madrigal de Jordi Savall, realizaban una serie de coreografías cíclicas que narraban metafóricamente el derrotero poético de esos cuerpos por su historia personal. Durante ese trabajo, Nora fue invitada a hacer el registro fotográfico del proceso de obra y presentaciones. Así fue como, hablando durante los ensayos sobre la potencia que tenían esos cuerpos desnudos y esos textos poéticos, se gestó una deriva que transformaría finalmente esa experiencia en Communitas, un libro que pone a dialogar cien retratos desnudos realizados por Nora de más de cien modelos –ya que en algunas tomas hay varios cuerpos aparejados por relaciones filiales y/o amorosas– con cien textos escritos por mí, que analizan poética y críticamente el cuerpo como manifestación diferenciada, única e irrepetible.
El proceso de trabajo fue dialéctico. Primero se escribió un prototexto que funcionaba como esqueleto mientras se organizaba en nuestras cabezas cómo sería la modalidad de las tomas fotográficas y la estructura de la escritura. Desde un comienzo decidimos, para despegar esta experiencia de la performance, doblar la apuesta y llevar el número de retratos y textos a cien, entendiendo que esa cantidad pudiese representar simbólicamente a una comunidad. Diez eran pocos, doce también, cincuenta menos que el número de Nancy... La opción siguiente era saltar a la centena. Y a partir de esa decisión numérica pusimos en marcha un aparato colectivo práctico y amoroso compuesto por un equipo de amigos y colaboradores que han sido esenciales para la realización exitosa de este proyecto. Sin recursos financieros pero sí humanos (formados por un grupo de compañeros que prestaron sus cuerpos, sus tiempos y materiales), nos pusimos a concretar la propuesta. Al principio se hizo una invitación a los performers de 58 Indicios sobre el cuerpo, que cubrió casi el cincuenta por ciento del cupo, para luego completarlo haciendo una convocatoria semiabierta en la que buscábamos específicamente sumar cuerpos con características fisonómicas y biológicas amplias en términos etarios, raciales y de género. Así llegamos a tener 113 modelos, que son los que hoy aparecen en los cien retratos publicado en el libro. Las sesiones fotográficas fueron dos consecutivas de doce horas corridas cada una en un estudio generosamente prestado para la ocasión, con una cámara también generosamente prestada –Nora quería resaltar algunas cualidades fotográficas: cierta crudeza, cierta verdad en las marcas de los cuerpos, en los trazos de vida que se imprimen en ellos– en las que, en plazos que iban entre los cinco y los quince minutos, entraban muchachos, viejas, niños, parejas, flacos, morenas, rubios, altos, etc., se quitaban la bata, marcaban su “cicatriz” con barro, y se dejaban acariciar por el ojo mecánico de la fotógrafa. Esas sesiones fueron una fiesta de los sentidos, una alegría por los cuerpos compartidos, por el proyecto compartido.
RETRATO DE LOS AUTORES PARA LA SOLAPA DEL LIBRO.
Para la víspera de las sesiones yo había terminado un borrador con los cien textos que acompañarían a las cien fotos, pero luego de esas sesiones tuve que modificar gran parte del material literario, ya que el proceso de trabajo se convirtió en un contrapunto entre las imágenes y las palabras. El texto reescribía las fotos y las fotos reescribían los textos. Esa dialéctica continuó aun durante la selección de fotos (había muchas y muy bellas y se transpiró bastante por todo lo que había que dejar afuera). Creo que ésta es una de las virtudes de este libro: la relación de necesidad entre texto e imagen, de modo tal que cada discurso poético, con su especificidad, narra lo que el otro no puede, complementando su carencia con la potencia del otro lenguaje.
Y éste a la vez es el secreto del libro, que se expresa en su título Communitas: la idea de comunidad –en este caso, una compuesta por más de cien cuerpos– que responde a ese término de la antropología acuñado por Victor Turner, pero más específicamente al modo en que el filósofo italiano Roberto Esposito desarrolla, tuneando el concepto a partir de su mirada ética: la comunidad no se establece por iguales (una misma raza, una misma lengua, una misma bandera no necesariamente construyen comunidad), sino por la diferencia. Sólo podrá haber comunidad, dice Esposito –utilizando el concepto de sustracción, de deuda–, cuando la diferencia sea la que domine, cuando reconozcamos en la singularidad del otro nuestra propia carencia, cuando seamos conscientes de que la otredad nos iguala, nos hace semejantes porque somos singulares, diferentes, únicos, irrepetibles (y me permito agregar, hermosos, ateos y materialistas), construyendo una comunidad de diferentes comprometidos por el valor común de la diferencia. Con esta madera se construye la democracia; lo otro es masa, falsa igualdad, normativa disciplinaria de semejanza forzada, peligrosos principios del fascismo.
Y para rematar, como fruto de esa comunidad de afinidades y diferencias electivas y afectivas, se suma el regalo de la escritura del prólogo del libro a cargo de Gabo Ferro, que complementa, pone en perspectiva, comenta y amplía las posibilidades de este trabajo a través de un texto exquisito de un artista y amigo que comulga en un ciento por ciento con la voluntad de este libro: la de entender que sólo seremos libres cuando nos reconozcamos semejantes en el espejo de la otredad, de la diferencia.
Communitas, de Emilio García Wehbi y Nora Lezano (Editorial Planeta), 2015, se presenta el miércoles 4 de febrero a las 21 en el Malba (Figueroa Alcorta 3415) con entrada libre.
Las fotos han sido retocadas; en el libro se pueden ver las originales.




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