Cuando un suceso prende en el
público, canaliza multitud de voces, diferentes, incluso opuestas, son partes de un
todo.
La nota anterior sobre Relatos
salvajes difunde asociaciones sobre aspectos de la cinta. No me queda
claro si en todos los casos son antecedentes precisos o relaciones aportadas. A
mí me despierta otras asociaciones, que suman, de mi caudal, a mi interés en
esta obra.
La obra compuesta de episodios
independientes, historias completas en sí mismas, me remite al cine italiano de
los 60. Boccaccio 70, de 1962, Oggi, domani, dopodomani,
de 1963, Alta infedeltà, de 1964, la lista puede seguir.
El personaje del hombre que aparecería en todos
los episodios sin tener un rol activo, me remite a Foucault, en La verdad
y las formas jurídicas. En la Segunda Conferencia habla
del testigo. En La Ilíada, Homero llama a este personaje, sin darle nombre propio, testigo, aquel que está allí para
ver. ¿Cuál es su responsabilidad? la
regularidad de la
carrera. En la disputa de Antíloco y Menelao durante los juegos que se
realizaron con ocasión de la muerte de Patroclo, ambos saben que
alguien, el testigo, desde su posición verá lo que ambos hacen. No intervendrá
con su palabra, su papel parece escaso, evaluado con los parámetros de nuestro
tiempo, pero los protagonistas enfrentados saben que alguien conoce la verdad y se
espera que respeten esa mirada sobre ellos.
En cuanto al último capítulo, Hasta que la muerte nos separe, que iba
a ser realizado con cámaras de video, como las filmaciones caseras típicas de
los casamientos, el recurso de filmar como lo hace la gente, fue reconocido y comentado
en las notas periodísticas sobre Husbands and Wives, Maridos y esposas,
1992, de Woody Allen.
No se trata de verdades, se trata de las vivencias que despiertan de mi historia, y cada cual puede aportar las suyas, el saldo
enriquecerá el asentamiento de Relatos Salvajes en nuestro
imaginario cultural.
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