HACIA UN PROTOCOLO
PARA VÍCTIMAS DE ABUSOS
Mayo
,
nº 88
,
2004
|
Copyright 2004 © Papeles del Psicólogo ISSN 0214 - 7823 |
Mª Pilar Matud*, Ana Belén Gutiérrez** y Vanesa Padilla**
Universidad de La Laguna
En este artículo revisamos la evaluación y tratamiento psicológico
con mujeres maltratadas por su pareja y el impacto psicológico de dicha violencia. Así
mismo recogemos los aspectos más relevantes de las investigaciones sobre este tema, ya
que el problema de la violencia contra la mujer no puede ser bien comprendido
centrándonos exclusivamente en la psicología del individuo. En el tratamiento que
nuestro grupo ha llevado a cabo tres son las metas básicas: 1) aumentar la seguridad de
la mujer; 2) ayudarle a recuperar el control de su vida; 3) remediar el impacto
psicológico del abuso. Los resultados del programa de intervención grupal mostraron que
las mujeres que participaron experimentaron una reducción significativa en su
sintomatología de estrés postraumático, depresión, ansiedad y síntomas somáticos,
aumentando su autoestima, confianza en sí mismas y el control de sus vidas.
This article reviews the psychological assessment and treatment of
battered women and describes the psychological effects of partner violence in battered
women. We also review the most relevant themes of the research on partner violence,
because the problem of violence against women cannot be fully understood by focusing
exclusively on individual psychology. In the treatment program which our group has
developed there are three basic goals: 1) increasing the abused woman’s safety; 2)
helping them to regain some control over their lives; 3) healing the psychological impact
of abuse. Results of the group program indicated that battered women who participated in
the program reported significant reduction in posttraumatic stress disorder, depression,
anxiety and somatic symptoms, and increases in self-esteem, self-confidence and control
over their lives.
Correspondencia: Mª Pilar Matud. Facultad de Psicología.
Universidad de La Laguna. 38205 La Laguna, Tenerife. E-mail: pmatud@ull.es.
............ * Profesora titular del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos. ** Licenciadas en Psicología. Alumnas de Tercer Ciclo del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos. Miembros del equipo de investigación del proyecto "Diseño y validación de un programa de intervención psicológica con mujeres víctimas de maltrato por parte de su pareja". Plan Nacional de I + D + I. 1 Trabajo subvencionado por el Instituto de la Mujer. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales.
El maltrato a la mujer por su pareja es
una de las formas más comunes de violencia contra las mujeres, siendo más probable que
sufran ataques repetidos, lesiones, violaciones o que mueran que en el caso de ser
atacadas por otro tipo de agresores (Browne y Williams, 1993). Se trata de un fenómeno
global que se extiende por todos los países y afecta a las mujeres de todos los niveles
sociales, culturales y económicos y su impacto en la salud es tal que recientemente se
está considerando como un problema importante de salud pública (Fischbach y Herbert,
1997; Heise y García-Moreno, 2002; Roberts, Lawrence, Williams y Raphael, 1998). Además
de las lesiones físicas sufridas como consecuencia directa de las agresiones, tiene gran
impacto psicológico y también supone un factor de riesgo para la salud a largo plazo
(Koss, Koss y Woodruff, 1991).
Una persona que viva con alguien que abusa de ella física o
emocionalmente suele desarrollar una respuesta de estrés cuando es atacada. Si se repiten
los ataques o amenazas, desarrolla una serie de síntomas crónicos, siendo los más
prevalentes en las mujeres maltratadas por su pareja el trastorno de estrés
postraumático y depresión (Golding, 1999). Además, cuando la mujer es degradada y
ridiculizada por su pareja de forma repetida puede disminuir su autoestima y sentimiento
de autoeficacia (Orava, McLeod y Sharpe, 1996) e, incluso, puede llegar a pensar que
merece sus castigos y que es incapaz de cuidar de ella y de sus hijos/as, desarrollando
una gran inseguridad en sí misma (Matud, 2004a). También se ha encontrado que es posible
que desarrolle sentimientos de culpa, aislamiento social y dependencia emocional del
maltratador, junto con ansiedad y sintomatología somática (véase, por ejemplo,
Buchbinder y Eisikovits, 2003; Dutton y Painter, 1993; Echeburúa y Corral, 1998; Matud,
1999). Y aunque su frecuencia es menor, también se han descrito tendencias suicidas y
abuso de alcohol y/o drogas (Golding, 1999), así como de medicamentos, sobre todo
analgésicos y psicofármacos, en un intento de superar el malestar físico o emocional
generado por la situación vivida (Echeburúa y Corral, 1998). Dutton (1992), integrando
los trabajos teóricos, empíricos y clínicos, plantea que los efectos psicológicos del
maltrato como experiencia traumática incluyen un amplio rango de respuestas cognitivas,
conductuales, emocionales, interpersonales y físicas que pueden ser clasificadas en tres
grupos: 1) indicadores de disfunción o de malestar psicológico; 2) problemas de
relación; y 3) cambios en el esquema cognitivo.
El maltrato a la mujer por su pareja incluye conductas tales como
agresiones físicas (golpes, patadas, palizas ...); abuso psicológico (intimidación,
menosprecio, humillaciones ...); relaciones o conductas sexuales forzadas; y conductas de
control, tales como aislamiento, control de las actividades y restricciones en el acceso a
información y asistencia (Heise y García-Moreno, 2002). Aunque no todas las mujeres
sufren todos los tipos de abuso, es muy común que se den de forma conjunta y muchos
autores plantean el control y la dominación como una característica central de este tipo
de violencia. Así, Walker (1994) afirma que, generalmente, el abuso es parte de un
patrón de conducta obsesiva, más que una expresión de pérdida repentina de control y
Dutton (1992) destaca el control de la víctima como un rasgo central para considerar una
conducta como abuso.
A nivel social, la violencia del hombre contra la mujer es una
manifestación de la desigualdad de género y un mecanismo de subordinación de las
mujeres que sirve para reproducir y mantener el status quo de la dominación masculina y
la subordinación femenina (Koss et al., 1995). Muchos autores sitúan la violencia
marital dentro del contexto más amplio de la dominación masculina (Koss et al., 1995;
Lorente, 2001, Pérez del Campo, 1995) ya que la estructura económica y familiar es
jerárquica y está dominada por el hombre, lo que implica una distribución desigual del
poder. Desigualdad que impregna la construcción social del género y la sexualidad y que
afecta profundamente a las relaciones íntimas de mujeres y hombres, por lo que para
comprender la violencia de los hombres frente a las mujeres es necesario analizar las
desigualdades entre ambos. Como señala Pérez del Campo (1995), la ideología patriarcal
y las instituciones permiten al hombre usar la fuerza como un instrumento de control lo
que conlleva que no se denuncie el abuso y que, cuando se hace, se deje en muchos casos en
total impunidad a los agresores y en la más completa indefensión a la víctima. Porque
no se puede olvidar que varias de las mujeres que han muerto en nuestro país a manos de
sus parejas o ex parejas habían sido amenazadas durante años, y estos hechos habían
sido denunciados en más de una ocasión.
Las normas y las expectativas culturales juegan papeles muy importantes
en la configuración y la promoción de la violencia del hombre contra la mujer,
minimizando u ocultando sus efectos dañinos e impidiendo el diseño de políticas y
programas efectivos para la erradicación de tal violencia (Koss et al., 1995). Así, son
muchos los mitos en torno a la mujer maltratada, mitos que no solo perpetúan la violencia
sino que niegan la asistencia a sus víctimas, ya que muchas veces se duda que exista el
maltrato, se minimizan sus efectos, cuando no se exculpa al agresor o se culpabiliza a la
víctima. Se trata de creencias que han sido y son mantenidas aún por muchas personas,
incluso profesionales de la psicología, ya que solo en las últimas décadas se ha
estudiado el maltrato a la mujer, estudios que son mucho más recientes en nuestro país.
Dado que consideramos que es fundamental el conocimiento del fenómeno antes de realizar
cualquier intervención psicológica, y que un tratamiento psicológico que se centre
únicamente en el control de los síntomas de la mujer maltratada resulta claramente
insuficiente a medio y largo plazo, a continuación revisaremos brevemente las
características que consideramos más relevantes y útiles en la intervención
psicológica.
Tradicionalmente ha sido ignorado, cuando no tolerado e incluso
"recomendado", por lo cual no debe sorprendernos el alto arraigo de su práctica
y tolerancia en la población. Así, como señala Pérez del Campo (1995), el Código de
Napoleón, en el que se inspiró nuestro Código Civil, legitimaba la inferioridad de la
mujer, condenándolas a la dependencia y supeditación del hombre. Hasta muy recientemente
se ha mantenido oculto, ya que se consideraba como un fenómeno "privado" o
incluso "normal" del que la mujer incluso tenía que avergonzarse y, aunque en
los últimos años la situación está cambiando en algunos países, aún se sigue
ocultando en gran parte de los casos, por lo que es difícil conocer su incidencia y
prevalencia. Römkens (1997), tras analizar y comparar los datos de diversos estudios,
estimó que al menos el 10% de las mujeres habrá sufrido en alguna ocasión agresiones
físicas graves y repetidas por parte de su pareja. Y en 48 encuestas realizadas en
diversos países se encontró que entre el 10 y el 69% de las mujeres habían sido
agredidas físicamente por su pareja en algún momento de su vida (Heise y García-Moreno,
2002). Respecto a los datos de España, en una encuesta a mujeres de todo el Estado
español se encontró que el 9,2% de las mujeres mayores de 18 años sufría violencia en
sus relaciones de pareja (Alberdi y Matas, 2002).
Generalmente, los abusos comienzan en los primeros años de la
relación de pareja, aunque en algunos casos se dan ya desde el noviazgo (Amor,
Echeburúa, Corral, Zubizarreta y Sarasua, 2002; Fontanil et al., 2002; Matud, en prensa),
y su frecuencia e intensidad suele ir aumentando con el paso del tiempo, aunque no en
todos los casos parece darse esta "escalada" de violencia. Un aspecto importante
a tener en cuenta es que, generalmente o al menos en los primeros tiempos de relación, la
violencia no es constante, sino que se da por ciclos o bien se alternan las fases de
agresión con las de cariño, siguiendo típicamente el tratamiento positivo a la
finalización del negativo (Dutton y Painter, 1993). Walker (1979) ha descrito un
"ciclo de la violencia" en el cual se dan tres fases, que pueden ser variables
en cuanto a la intensidad y duración, tanto en diferentes parejas como en la misma: la
primera fase, denominada de acumulación de la tensión, se caracteriza por
pequeños incidentes que llevan a un incremento de la tensión entre la pareja. Esta
tensión acumulada da lugar a una explosión de violencia de mayor o menor gravedad; es la
segunda fase o episodio agudo. Inmediatamente tras ésta viene la tercera fase, que
también se ha denominado de calma o de Luna de miel, en la que el agresor
se muestra muy cariñoso, pidiendo perdón a la mujer y prometiéndole que nunca más
volverá a ocurrir. Pero al poco tiempo vuelve a aumentar la tensión y a repetirse el
ciclo. Como señalan Zubizarreta et al. (1994), en este ciclo el castigo (la agresión del
hombre) se asocia a un refuerzo inmediato (la expresión de arrepentimiento y ternura) y a
un potencial refuerzo demorado (la posibilidad de un cambio conductual en el hombre). Pero
con el paso del tiempo, el maltrato es cada vez más frecuente y severo, disminuye la fase
de arrepentimiento y cariño y aumenta la probabilidad de que se cronifiquen las
consecuencias psicológicas del abuso.
Tampoco es infrecuente el maltrato del marido a su mujer embarazada,
con el consiguiente aumento del riesgo para la mujer y el niño. Y también es probable
que el hombre que golpee a su esposa agreda a sus hijos/as, si bien las tasas de
coocurrencia de tales agresiones varía si se trata de muestras comunitarias o clínicas.
Aunque en las primeras las tasas se sitúan en torno al 6% (Appel y Holden, 1998) en las
segundas se estima en torno al 40%. Además del impacto que tiene en la salud de los/as
hijos/as (se ha estimado que la probabilidad de desarrollar problemas clínicos es entre
dos y cuatro veces mayor que en los/as hijos/as de las familias sin violencia), algunos
autores han planteado que parece darse una transmisión intergeneracional de la violencia.
Aunque la asociación es entre débil y moderada (Stith et al., 2000) se ha encontrado que
es más probable que un hombre que haya sido víctima o testigo de violencia en su familia
de origen sea violento y se convierta en agresor de su pareja, y algunas mujeres
maltratadas por su pareja también han sido testigos o víctimas de maltrato en su familia
de origen. Pese a que no están claras las vías de transmisión, los factores de riesgo
parecen ser, además del modelado directo, el desarrollo desde la infancia de una serie de
alteraciones psicológicas, las cuales son a su vez factor de riesgo de agresión a la
mujer.
Otra de las características del maltrato es que pese a su frecuencia y
gravedad, la mayor parte de las mujeres (entre el 40 y el 89%) permanecen con su pareja
durante muchos años y, en algunos casos, vuelven con ellas aunque hayan sido capaces de
abandonarlas temporalmente. Se trata de un fenómeno controvertido que, como señalan
Echeburúa, Amor y Corral (2002), está condicionado por múltiples factores
socieconómicos, emocionales y psicopatológicos. Aunque se da gran variabilidad en el
tiempo de permanencia en la relación, la media suele ser superior a los 10 años. En un
estudio realizado en Asturias se encontró que la media fue de 14,1 años (Fontanil et
al., 2002) y en otro realizado en Canarias la media era algo menor: 11,5 años, aunque el
rango oscilaba entre menos de doce meses y 43 años (Matud, en prensa). En este último
estudio, realizado con 240 mujeres que habían sido o eran maltratadas por su pareja, se
encontró que, aunque había una gran variabilidad en la edad de comienzo de la relación
con la pareja que les maltrataría (el rango oscilaba entre 11 y 50 años), la mitad de
las mujeres habían comenzado tal relación antes de los 21 años, y el 77% antes de los
27. El rango de edad en que las mujeres comenzaron a sufrir los abusos oscilaba entre 13 y
54 años, aunque la mitad ya había sido maltratada antes de los 23 y solo el 10% de las
mujeres comenzó a sufrir abusos de su pareja a partir de los 33 años. Y pese a que
muchas personas sostienen la "creencia" de que la mujer maltratada se
caracteriza por tener relaciones con distintas parejas que abusan de ella (lo que la hace
"sospechosa"), se encontró que en algo más de la mitad de los casos (el 54,5%)
se trataba de la primera pareja; el 34% había tenido una o más relaciones de pareja
anteriores, pero no había sufrido maltrato, y únicamente el 11,6% habían tenido
relaciones anteriores en las que habían sufrido abusos de su pareja.
PERFIL DEL AGRESOR
Aunque no se han encontrado que la mujeres maltratadas por su pareja
tengan características psicológicas comunes previas a los abusos de su pareja, sí
parece darse una serie de variables comunes en los agresores, lo que ha llevado al
establecimiento de diferentes "tipologías" de agresores. Pese a que no existe
unanimidad entre los autores, generalmente se distinguen dos o tres tipos. Así, por
ejemplo, Dutton y Golant (1997) distinguen tres tipos generales de agresores: 1) los
psicopáticos; 2) los hipercontrolados, cuyo rasgo más distintivo es el distanciamiento
emocional, presentando un perfil de evitación y agresión pasiva; y 3) los
cíclicos/emocionalmente inestables, que se caracterizan por cometer actos de violencia de
forma esporádica y únicamente son violentos con su pareja. Holtzworth-Munroe y Stuart
(1994), tras una revisión de los trabajos publicados sobre tipologías de agresores
propusieron también tres tipos: solo familiares, bordeline/disfóricos y
antisociales-violentos, si bien en trabajos posteriores plantean que quizá se de cierto
solapamiento entre estos dos últimos grupos Holtzworth-Munroe, Meehan, Herron, Rehman y
Stuart (2003).
Pero, más allá de las tipologías, y aunque existe gran
heterogeneidad, se ha encontrado que los hombres que abusan de sus parejas, comparados con
los que no lo hacen, tienen niveles más altos de ira y hostilidad. También se han citado
otras características tales como baja autoestima, impulsividad, déficit de las
habilidades de afrontamiento, tendencia a las rumiaciones, ansiedad, depresión y otras
alteraciones emocionales, así como actitudes de rol más tradicionales y mayor
posesividad y celos. Y es más probable que tengan historia de abuso de alcohol y/o de
drogas y de violencia en su familia de origen (Dutton, 1999; Fernández-Montalvo y
Echeburúa, 1997; Maiuro, Cahn, Vitaliano, Wagner y Zegree, 1998; Medina, 1994).
Pero, como afirman Unger y Crawford (1992), estas características,
aunque están relacionadas con el abuso físico no se puede asumir que lo causen, si bien
algunas pueden actuar como variables mediadoras. Por ejemplo, la baja autoestima y la
carencia de habilidades de afrontamiento pueden llevar a un hombre a beber y a golpear. Y
aunque el consumo de alcohol está asociado a mayor incidencia, frecuencia y gravedad del
maltrato a la pareja, la relación no es directa (Hutchison, 1999). Según algunos
autores, el matrimonio podría ser para el hombre como una "licencia" para
golpear, aunque las mujeres no responden al vínculo matrimonial de ese modo (Berk,
Fenstermakerm, Loseke y Rauma, 1983). En esta misma línea, se ha sugerido que el hombre
puede usar el alcohol como una excusa para golpear a su mujer, disminuyendo así su
responsabilidad porque "no puede controlarse cuando ha bebido" (Unger y
Crawford, 1992).
Adams (1988, tomado de Suárez, 1994) presenta un perfil del agresor
destinado a que los funcionarios del sistema judicial estén más informados y sean menos
vulnerables a sus manipulaciones, que resume muchas de las características citadas por
diversos autores: 1) Discrepancias entre el comportamiento en público y en privado,
presentando una imagen pública amistosa y de preocupación por los demás, mientras que
la mujer puede aparecer alterada, lo que puede generar que el agresor tenga más
credibilidad que la mujer ante los demás. 2) Minimizan y niegan su violencia. 3) Culpar a
los demás, no responsabilizándose de su propia violencia. 4) Conductas para controlar,
ya que junto con el maltrato físico, el abuso incluye una serie de conductas para la
coerción y el control. 5) Celos y actitudes posesivas. 6) Manipulación de los/as
hijos/as, que utilizan como forma de acceso y manipulación, especialmente en los casos de
separación. 7) Abusos de sustancias. 8) Resistencia al cambio, careciendo la mayor parte
de los agresores de motivación interna para buscar asistencia o para cambiar su
comportamiento.
Algunos autores (Medina, 1994; Pérez del Campo, 1995) destacan la
relevancia de los valores culturales tradicionales asociados a la virilidad en la
conformación del hombre violento, considerándolo como una persona cuyos ideales son la
fortaleza, la autosuficiencia, la racionalidad y el control del entorno que le rodea,
cualidades que considera masculinas y superiores y contrapone a las opuestas que serían
femeninas e inferiores. Y no dudan en utilizar la violencia para recuperar el control
perdido en el único lugar donde puede mostrarse superior, su propio hogar.
EVALUACIÓN E INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA
El conocimiento de todos estos factores es imprescindible en la
intervención psicológica con mujeres maltratadas por su pareja ya que, como señalan
Goodman, Koss, Fitzgerald, Russo y Keita (1993), el problema de la violencia contra las
mujeres no puede ser comprendido centrándose exclusivamente en la psicología del
individuo. Otro aspecto a destacar es la necesidad de trabajar dentro de un equipo
multidisciplinar, donde se pueda dar respuesta a las necesidades de tipo legal, laboral y
social que tan frecuentes son en estas mujeres y que también van a influir en su
recuperación. Pero, centrándonos únicamente en los aspectos psicológicos, a
continuación revisaremos brevemente las características de la evaluación y de la
intervención que consideramos más relevantes.
El primer paso de la evaluación psicológica es el acordar con la
mujer el consentimiento informado. Es importante que la mujer comprenda por qué es
importante la evaluación, qué tipo de información se va a recoger y la medida en que
otras personas tienen o pueden tener acceso a dicha información. Dadas las implicaciones
legales del maltrato a la mujer, debe saber que los datos obtenidos pueden o deben tener
tratamiento jurídico. También es importante tener en cuenta que en la evaluación, al
contar su historia, la mujer puede reexperimentar el miedo y el dolor emocional asociado
con el incidente, especialmente si ha ocurrido hace muchos años (Walker, 1994). Como
señala esta autora es importante que se sea sensible a estas emociones y se proporcione
un encuentro terapéutico que facilite la comprensión y la curación, a la vez que se
está recogiendo la información.
A la hora de evaluar y planificar la intervención psicológica parece
especialmente adecuado el modelo de respuesta ante el maltrato propuesto por Dutton
(1992), quien plantea la necesidad de analizar los siguientes componentes: 1) el tipo y
patrón de violencia, abuso y control; 2) los efectos psicológicos del abuso; 3) las
estrategias de las mujeres maltratadas para escapar, evitar y/o sobrevivir al abuso; 4)
los factores que median tanto las respuestas al abuso como las estrategias para sobrevivir
a éste. Todo ello analizado dentro del contexto social, cultural, político y económico.
Como señala esta autora, para comprender los efectos psicológicos del
abuso es necesario analizar el tipo y patrón de abusos del agresor. Este análisis va
más allá de la simple descripción de los actos de violencia, ya que la comprensión de
la experiencia de la mujer maltratada implica también conocer el sentido que para ella
tiene el contexto en que se da la violencia. Así, es importante tener en cuenta que
algunas conductas no violentas pueden tener las mismas propiedades que las violentas en
cuanto al control de la víctima se refiere, en la medida en que anteriormente se han
asociado con violencia. Así, por ejemplo, el tono de voz, determinadas miradas, la
ingesta de alcohol… pueden adquirir propiedades similares a la conducta agresiva.
Al evaluar los efectos psicológicos de la violencia, abuso y control
es necesario tener en cuenta: 1) los cambios cognitivos, ya sea de los esquemas
cognitivos, las expectativas, las atribuciones, percepciones o la autoestima de la mujer
maltratada; 2) los indicadores de malestar o disfunción psicológica (por ejemplo, los
miedos, la ira, la depresión, el abuso de sustancias…); 3) los problemas de
relación con otras personas distintas al agresor, tales como problemas de confianza en
los demás, miedo a la intimidad… Como afirma Dutton, todas estas respuestas deben
ser inicialmente consideradas como respuesta al trauma, sin asumir psicopatología
anterior, siendo una hipótesis de trabajo que se puede poner a prueba a lo largo de la
intervención.
Dentro de los factores que influyen o median tanto los efectos
psicológicos del abuso como los intentos de las mujeres para evitar y escapar del abuso y
protegerse a sí misma y a sus hijos/as, Dutton incluye:1) la respuesta institucional que,
si es positiva puede no solo ayudar a la mujer maltratada a evitar la violencia en el
futuro, sino que incluso puede mediar la gravedad de sus efectos, pero que si es negativa
puede generar victimización secundaria; 2) las potencialidades y puntos fuertes de la
mujer, que pueden ser desde la confianza en sí misma para encontrar soluciones al
problema hasta creer en su derecho de vivir libre de violencia, pasando por la
determinación en lograr sus metas, el conocimiento del abuso y sus efectos, sus
capacidades organizativas, sociales, ocupacionales... Como señala Dutton, la evaluación,
validación, y fomento de estas capacidades puede facilitar en gran medida los intentos de
la mujer maltratada para protegerse y evitar violencia futura; 3) los recursos materiales
y el apoyo social, que pueden tener un importante efecto en la capacidad de la mujer para
responder de forma efectiva ante la violencia; 4) los factores históricos, de aprendizaje
y de salud física, tales como la socialización rígida en los roles de género;
victimizaciones anteriores u otros traumas sufridos en la infancia que pueden aumentar la
vulnerabilidad de la mujer y propiciar que victimizaciones posteriores tengan efectos más
negativos; o las limitaciones o discapacidades físicas; 5) la presencia de estresores
actuales adicionales al maltrato de la pareja, que pueden influir tanto en la reacción
psicológica de la mujer maltratada como en sus esfuerzos por responder a éste; 6) los
aspectos positivos y negativos de la relación con la pareja que percibe la mujer
maltratada, ya que es importante conocer estas percepciones para comprender su conducta
dentro de la situación de abuso.
En cuanto a las técnicas de evaluación, las más utilizadas
han sido las entrevistas y los cuestionarios, recomendándose una evaluación
multimétodo. Se han utilizado tanto entrevistas no estructuradas como estructuradas,
siendo más adecuadas las primeras al comienzo de la evaluación, ya que permiten que la
mujer exprese su historia tal como desea. En esta evaluación se recomienda una escucha
activa, empática, que proporcione validación de la experiencia de la mujer, y en la cual
no se la juzgue, interprete ni aconseje (Dutton, 1992; Walker, 1994). Las entrevistas
estructuradas permiten obtener información más específica, tanto del abuso, como de
todas aquellas áreas que es importante evaluar pero a las que la mujer no se ha referido
o no ha precisado en la evaluación inicial. Walker (1994) plantea que es útil recoger la
descripción de episodios de abuso concretos, tales como el más reciente, el peor y el
primero y Dutton (1992) recomienda preguntas específicas y directas para reducir lo más
posible la minimización del abuso.
Aunque en la mayoría no se ha analizado su eficacia, son varios los tratamientos
que se han llevado a cabo con las mujeres maltratadas. Lundy y Grossman (2001), citan más
de 16 modelos en su trabajo de revisión de las investigaciones y de la práctica
clínicas con mujeres maltratadas. En todo caso, es importante destacar que no todo tipo
de terapias es adecuado. Como señala Walker (1994), la psicoterapia tradicional deberá
modificarse de modo que tenga en cuenta el impacto específico del trauma y la respuesta
idiosincrática de la mujer. Esta psicoterapeuta, con más de 20 años de experiencia con
mujeres víctimas de maltrato, en su libro Abused women and survivor therapy
compila una serie de estrategias de intervención, cuyos orígenes están en la teoría
feminista y en la terapia del trauma, que considera forman una nueva intervención y
denomina Survivor therapy. Los principios más relevantes son la seguridad de la
mujer, su empoderamiento, la validación de sus experiencias, el énfasis en sus puntos
fuertes, la educación, la diversificación de sus alternativas, el restaurar la claridad
en sus juicios, la comprensión de la opresión y que la mujer tome sus propias
decisiones. También incluye el tratamiento de los síntomas producidos por el abuso
mediante técnicas tomadas de otras terapias, especialmente del enfoque
cognitivo-conductual, aunque reconoce que pueden ser útiles otras técnicas cuando los
tratamientos son grupales o si el impacto es muy grave.
Nuestro equipo lleva varios años diseñando y validando técnicas de
evaluación y programas de intervención con mujeres maltratadas por su pareja. Nuestro
acercamiento, además de tener en cuenta los datos sobre el impacto psicológico que el
maltrato tiene en la mujer así como de las circunstancias sociales y la dinámica de la
violencia que hemos ido obteniendo a lo largo de estos años de investigaciones, se basa
en las revisiones bibliográficas del área, así como en las experiencias de otros grupos
de investigación españoles, sobre todo los de Echeburúa y colaboradores (véase, por
ejemplo, Echeburúa y Corral,1998; o Echeburúa, Corral, Sarasúa y Zubizarreta, 1996).
Aunque se trata de un programa un tanto ecléctico, predomina la aplicación de técnicas
cognitivo-conductuales, ya que son las más recomendadas en los diferentes estudios, pero
también incorpora muchos de los principios y estrategias generadas desde la perspectiva
socio-estructural del maltrato a la mujer. Consideramos que, sin obviar la relevancia del
tratamiento directo de los síntomas de la mujer maltratada, es necesaria una
aproximación integral en la que se tenga en cuenta, además del contexto social y
cultural, los factores que median la respuesta de la mujer ante el abuso. Es un
planteamiento que, centrado en el desarrollo de las potencialidades de la mujer, tiene
como meta final el ayudarle a que recupere el control de su propia vida.
Los objetivos planteados en el programa de intervención son los
siguientes: 1) Aumentar la seguridad de la mujer maltratada, ya que no se puede olvidar el
peligro físico en el que viven inmersas estas mujeres. 2) Reducir y/o eliminar sus
síntomas. 3) Aumentar su autoestima y seguridad en sí misma; 4) Aprender y/o mejorar los
estilos de afrontamiento, de solución de problemas y de toma de decisiones. 5) Fomentar
una comunicación y habilidades sociales adecuadas. 6) Modificar las creencias
tradicionales acerca de los roles de género y las actitudes sexistas. Aunque estos
objetivos se modifican y/o adaptan en función de la problemática y la situación
concreta de la mujer, lo que se pretende con ellos es conseguir normalizar la experiencia
de la mujer y fomentar su independencia, recuperando así el control de su vida y dándole
estrategias que la sitúen en una posición de mayor poder y confianza en sí misma.
Para poder alcanzar estas metas, la psicología cuenta con una serie de
técnicas y estrategias. Las que se han mostrado más efectivas para las mujeres
maltratadas y que utilizamos habitualmente son, entre otras, las siguientes: a)
estrategias para el control de la ansiedad (respiración profunda, relajación muscular
progresiva,…); b) técnicas cognitivas para identificar y modificar los posibles
pensamientos distorsionados, tales como reestructuración cognitiva, parada de
pensamiento…;c) entrenamiento en habilidades sociales; d) inoculación de estrés,
que utilizamos con aquellas mujeres que presentan estrés postraumático; e) entrenamiento
en solución de problemas. Además, es muy importante la inclusión de un componente
educativo en el que se aborden las creencias tradicionales sobre el maltrato a la mujer y
las actitudes sexistas.
El acercamiento terapéutico propuesto puede ser llevado a cabo tanto
de forma individual como grupal, y también pueden combinarse ambas modalidades, lo que
hacemos en función de las necesidades de cada mujer. Aunque se opte por el acercamiento
grupal, la mujer asiste a sesiones individuales previas, en las que se realiza la
evaluación inicial. En ésta utilizamos una entrevista semiestructurada elaborada por
Matud (1999) en la que se exploran los aspectos más relevantes relacionados con los
abusos, tanto actuales como históricos, así como las respuestas de las mujeres. También
usamos diversos test que nos permiten evaluar, además de la presencia de estrés
postraumático y sintomatología depresiva, somática y de ansiedad, los abusos concretos
a los que la mujer ha estado sometida, su apoyo social, autoestima y seguridad en sí
misma, así como su forma típica de hacer frente al maltrato de su pareja y los
estresores actuales. Dicha evaluación no sólo nos permite recoger los datos necesarios
para la intervención y generar un clima de confianza y respeto, sino que también se
obtiene un efecto terapéutico de expresión emocional y de validación de la experiencia
de la mujer ya que, durante la misma, aún siendo una entrevista con algunas partes muy
estructuradas, se permite y fomenta que la mujer exprese sus vivencias, temores, problemas
y deseos.
La intervención grupal se realiza en pequeño grupo. Consta de diez
sesiones de una duración mínima de dos horas y, aunque cada una de las sesiones está
muy estructurada, puede y debe ser adaptada en función de las necesidades individuales
y/o del grupo. En cada sesión se plantea uno o más objetivos, aunque muchos de ellos se
persiguen en más de una, puesto que es necesario que los contenidos se asimilen de forma
paulatina y lleguen a formar parte del repertorio habitual de conductas de las
participantes. Además, en todas sesiones se propone alguna tarea para realizar en casa,
con el objetivo de que las mujeres puedan asimilar y consolidar los contenidos de cada una
de las sesiones. La intervención grupal tiene la ventaja adicional de proporcionar a las
mujeres maltratadas la posibilidad de validar sus propias experiencias y de proveerles
apoyo social. Además, el hecho de que se compartan diferentes experiencias en el grupo
les da la posibilidad de aprender distintas estrategias y de desdramatizar su propia
situación, ayudándoles a comprender que no es un problema individual, que no son las
responsables de la situación vivida y que su situación puede ser superada. Nuestro grupo
lleva diseñando y validando este tipo de intervención más de dos años. Se ha puesto en
práctica por diversas terapeutas en cuatro centros públicos y se ha aplicado a varios
grupos de mujeres maltratadas por su pareja. Aunque el análisis de la eficacia a largo
plazo solo se ha realizado con doce mujeres, en las que hemos encontrado que la mejoría
se mantiene a los 12 meses tras el tratamiento, los datos recogidos inmediatamente tras la
intervención han mostrado la eficacia del programa en la reducción significativa (o
incluso la eliminación en algunos casos) del estrés postraumático, de la indefensión y
de la sintomatología depresiva, somática y de ansiedad. Además, las mujeres han
aumentado su autoestima y seguridad en sí mismas (Matud, 2004b).
Finalmente, queremos destacar que este programa de intervención ha
sido diseñado para mujeres maltratadas que acuden en búsqueda de ayuda profesional a
diferentes servicios especializados de atención a la mujer. No se trata, pues, de una
intervención "en crisis", sino que se ha aplicado mayoritariamente con mujeres
que están, o bien en proceso de separación del agresor, o ya separadas, pero en las que
los efectos psicológicos del maltrato aún persisten, si bien en algunos casos las
mujeres aún conviven con la pareja que abusa de ellas. Y en la intervención psicológica
a aplicar es muy importante tener en cuenta las circunstancias particulares en las que se
encuentra la mujer, para garantizarles así las estrategias que se ajusten a su caso. Por
ejemplo, si continúan con el agresor o si se encuentran en situación de peligro, es
fundamental hacer hincapié en las medidas de seguridad (informarle de qué pasos debe
seguir ante un ataque, a qué lugares puede acudir a solicitar ayuda,…), en los
riesgos que corre, etc. Así mismo, debemos señalar que en estos casos la intervención
es más compleja, porque algunas de las estrategias que se trabajan con la mujer pueden
tener una utilidad muy limitada ante el control ejercido por el maltratador.
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martes, 5 de agosto de 2014
IV/V Acerca de intervención psicológica con mujeres maltratadas por su pareja
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