Las selfies, una revolución del narcisismo y del fotoperiodismo
Son cada vez más habituales en los medios- Miguel Wiñazki Mwinazki@clarin.com Mwinazki@clarin.com
Hace tres días, un matrimonio polaco pasó al otro mundo, el marido y la esposa juntas, al caer desde un acantilado mientras intentaban sacarse una selfie durante sus vacaciones en Portugal.
Mirándose a sí mismos para exhibirse ante los otros no vieron al acantilado. Los hijos de la pareja, de cinco y seis años los vieron desbarrancarse.
Ayer, en Sitges, Barcelona, cinco personas se hirieron, tres de gravedad, al caerse de un balcón cuando procuraban tomarse una selfie apoyados en una baranda, que cedió ante el peso conjunto de quienes se fotografiaban.
Es como si el mundo, la naturaleza, el entorno se tomara venganza cuando lo ignoramos. Es más seguro no perder de vista lo que nos rodea, ahogándonos en nuestra propia imagen.
El mono que le robó su cámara al fotógrafo inglés David Slater, que visitaba la selva en Indonesia, inauguró las selfies zoológicas. Le manoteó la cámara y comenzó a tomarse imágenes de sí mismo. Con una “sonrisa” sarcástica la “cara” del simio se volvió global.
Las selfies, ese nueva senda de la vanidad, ese recurso maravilloso para cultivar el narcisismo por otros medios, nos permite capturar para mostrarnos y mostrar nuestro propio rostro, y ensimismarnos.
El autorretrato digital es una nueva dimensión comunicacional.
Las selfies llegan a los medios.
Se vuelven noticiosas.
La selfie que se tomó Barack Obama, junto al primer ministro inglés David Cameron y Helle Thorning Schmmidt, la primer ministro de Dinamarca, en un recital en homenaje a Nelson Mandela, que acababa de morir, inundó redes sociales, generó especulaciones políticas, y hasta rumores sobre el vinculo del presidente norteamericano y su mujer Michelle, que aparece en la imagen, pero seria y al margen del trío de poderosos y tan alegres en un velorio. Fue editada en miles de páginas web, y diarios y revistas del planeta.
Las selfies son una felicidad y también lo contrario, son vitales o letales.
A veces exhiben sin anestesia la soledad de quien se la ha tomado. También, por supuesto, hay selfies grupales, de pronto pueden ser cómicas o tontas.
Todo es un juego de miradas. Quien se mira se deja ver.
Las selfies son espejos mágicos. Son espejos reversibles.
La selfie es una instrosprección a la que se arriba por la extroversión. Ponemos un ojo fuera de nosotros mismos, la cámara, para poner un ojo dentro nuestro.
Porque la plasticidad externa del propio rostro exhibe la interioridad y por eso fascina y acelera la revolución permanente del narcisismo y también del fotoperiodismo.
Mirándose a sí mismos para exhibirse ante los otros no vieron al acantilado. Los hijos de la pareja, de cinco y seis años los vieron desbarrancarse.
Ayer, en Sitges, Barcelona, cinco personas se hirieron, tres de gravedad, al caerse de un balcón cuando procuraban tomarse una selfie apoyados en una baranda, que cedió ante el peso conjunto de quienes se fotografiaban.
Es como si el mundo, la naturaleza, el entorno se tomara venganza cuando lo ignoramos. Es más seguro no perder de vista lo que nos rodea, ahogándonos en nuestra propia imagen.
El mono que le robó su cámara al fotógrafo inglés David Slater, que visitaba la selva en Indonesia, inauguró las selfies zoológicas. Le manoteó la cámara y comenzó a tomarse imágenes de sí mismo. Con una “sonrisa” sarcástica la “cara” del simio se volvió global.
Las selfies, ese nueva senda de la vanidad, ese recurso maravilloso para cultivar el narcisismo por otros medios, nos permite capturar para mostrarnos y mostrar nuestro propio rostro, y ensimismarnos.
El autorretrato digital es una nueva dimensión comunicacional.
Las selfies llegan a los medios.
Se vuelven noticiosas.
La selfie que se tomó Barack Obama, junto al primer ministro inglés David Cameron y Helle Thorning Schmmidt, la primer ministro de Dinamarca, en un recital en homenaje a Nelson Mandela, que acababa de morir, inundó redes sociales, generó especulaciones políticas, y hasta rumores sobre el vinculo del presidente norteamericano y su mujer Michelle, que aparece en la imagen, pero seria y al margen del trío de poderosos y tan alegres en un velorio. Fue editada en miles de páginas web, y diarios y revistas del planeta.
Las selfies son una felicidad y también lo contrario, son vitales o letales.
A veces exhiben sin anestesia la soledad de quien se la ha tomado. También, por supuesto, hay selfies grupales, de pronto pueden ser cómicas o tontas.
Todo es un juego de miradas. Quien se mira se deja ver.
Las selfies son espejos mágicos. Son espejos reversibles.
La selfie es una instrosprección a la que se arriba por la extroversión. Ponemos un ojo fuera de nosotros mismos, la cámara, para poner un ojo dentro nuestro.
Porque la plasticidad externa del propio rostro exhibe la interioridad y por eso fascina y acelera la revolución permanente del narcisismo y también del fotoperiodismo.
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