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Domingo, 29 de junio de 2014 01:00
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La Ciudad
"Elegimos al bebé, no al síndrome", cuentan los padres adoptivos de un niño Down
Silvana y Gabriel obtuvieron hace una semana la adopción definitiva de Julio Ian. Conocieron el caso del niño por La Capital y se ofrecieron como padres adoptivos.
Pura felicidad. El pequeño Julio junto a sus padres adoptivos, Gabriel y Silvana, en su casa de la zona sur.
Por María Laura Favarel / La Capital
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Gabriel, de 38 años, y Silvana, de 36, siempre
quisieron un hijo. Lo intentaron e incluso sacaron un crédito para poder
pagar un tratamiento de fecundación artificial, pero tampoco funcionó.
Entonces Gabriel sugirió a su esposa la posibilidad de anotarse para
adoptar a un niño.
"Nos anotamos en el Registro Único de Aspirantes a
Guardas con fines Adoptivos (Ruaga) en enero de 2012, veníamos de un
tratamiento de fertilidad negativo y el próximo había que hacerlo con
donante masculino y era todo un tema, además de lo económico, nos
habíamos endeudado mucho y nos planteamos adoptar", relató Silvana con
Ian en sus brazos.
No negó que le daba miedo adoptar y temía no dar con
el perfil que pretende la Justicia. Sin embargo, no fue así, porque en
Semana Santa de 2012 recibieron un mail de pedido de colaboración para
adoptar a un nene de 7 años con síndrome de Down de Buenos Aires.
Un pedido similar al que ocurrió esta semana para cinco hermanitos.
"Gabriel me animó a llamar, yo dudaba porque el nene
me parecía que era grande y porque era de Buenos Aires, pero le hice
caso y llamé", continuó Silvana. A su lado, Gabriel contó que no les
importó que ese nene tuviera síndrome de Down. "Si ella quedaba
embarazada y el bebé tenía una patología iba a ser un hijo igual, es tu
hijo y eso es lo que cuenta", afirmó.
Llamaron, tuvieron la entrevista con la psicóloga,
pero justo en esos días se enteraron por La Capital de que había nacido
un nene en Rosario que necesitaba una familia (ver aparte).
"La única restricción que habíamos puesto era que el
chiquito no tuviera más de seis años, pero la verdad es que nos daba lo
mismo si tenía 7, 8 ó 9", confesó Gabriel.
La realidad es que muchos de los que se anotan para
adoptar piden bebés, pero pasan varios años hasta que la criatura está
en condiciones de ser adoptada.
"Cuando vimos el caso de Ian dudamos, porque sabíamos
que había muchas parejas interesadas. Y nosotros no estábamos en
condiciones porque faltaba la visita para ver si la casa estaba era
óptima", contaron. Pero llamaron y al tiempo la jueza preguntó por
ellos. "Ahí empezó la peor parte, porque es tu hijo ya, pero la jueza
aún no dio la adopción definitiva y no sabés si te lo van a dar o no",
dijo el papa.
Mientras tanto, Ian estaba internado en la Maternidad
Martin porque había nacido de 8 meses y no quería comer. "El 8 de mayo
nos entrevistó la jueza y nos dieron la guarda provisoria de Ian.
Teníamos miedo de que llegado el momento nos lo negaran", confesaron los
papás.
Supuestamente en dos días le daban el alta a Ian,
pero no fueron dos días sino dos meses. A partir de ese momento, no
vivieron para otra cosa.
Falsa leucemia. La aventura había
comenzado. A la semana los médicos diagnosticaron a Ian una leucemia muy
grave y les explicaron que había que someterlo a quimioterapia.
"Nos dijeron que lo sentían mucho por nosotros, pero
que decidiéramos si queríamos quedarnos o no con el bebé", recordó
Silvana sin poder reprimir las lágrimas al recordar esos días tan
tristes. No se les ocurrió dejar a Ian, aunque sabían que podía pasar lo
peor.
El bebé recibió 8 sesiones de quimioterapia
acompañado de sus papás y respondió muy bien, aunque corrió riesgo de
vida. "Fue terrible", recordaron. Pero fortalecido por el cariño de su
nueva familia, Ian salió adelante. La sorpresa fue mayúscula cuando lo
llevaron a un pediatra y les dijo que el bebé nunca había tenido una
leucemia, sino que había hecho un proceso leucemioide, muy común en los
chicos Down, que podría haber terminado en una enfermedad o no, y que si
se hubiera esperado un poco tal vez no hubiera sido necesaria la
quimioterapia, pero había que actuar y los médicos tomaron esa decisión.
Los padres recién estrenados no podían creer la
pesadilla que habían vivido con su hijo. "No fue fácil, no es fácil,
pero no es imposible", expresó la mamá con una sonrisa de satisfacción y
la mirada posada en su hijo. "Estamos felices y lo amamos, pero nos
hizo pasar varios sustos", dijeron.
Ian ya tiene dos años y tanto su vida como la de sus
padres cambió para siempre. Asiste a un centro de estimulación temprana y
empezó a ir al jardín para que su mamá pueda seguir dando clases en la
escuela cerca de su casa, en Ovidio Lagos y Circunvalación. Su papá es
técnico en seguridad e higiene y no tiene trabajo fijo.
El único jardín en el que le permitieron anotarlo fue en Fisherton, porque ninguno de la zona lo aceptó.
Así, cada día uno de ellos atraviesa la ciudad para
llevarlo, y aunque supone un costo económico muy alto para los dos,
saben que es lo mejor para Ian.
Mientras relatan esta historia llena de grandes pruebas y de alegrías, Ian juega contento.
No se le borra la sonrisa de la cara y aunque todavía no camina sabe conseguir lo que quiere.
Hace muecas, sonríe, juega como un chico más, pero
indudablemente colmó de felicidad el hogar de estos padres y ellos tal
vez sin saberlo le cambiaron la vida a este chiquito que parecía con
pocas chances de vida, pero que ahora tiene no sólo un futuro asegurado,
sino unos padres que lo aman con ternura y que harán todo lo necesario
para que él sea feliz.
Los padres de Ian desean de corazón que sean muchos los que se animen a dejar entrar a sus vidas a niños como él.
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