Mi profesor de Historia Argentina durante el secundario fue
Rodolfo Merediz. Le agradezco que me enseñe historia en base a un estudio
propio, más allá de lo que enseñan los textos: es una experiencia que marca. En
base a sus exposiciones verbales, aprendí más de las invasiones inglesas, sé
cómo era el río a principios del siglo XIX, que los ingleses avanzaron por el
camino que es hoy la calle Nicolás Videla, que las escaramuzas criollas los
desafiaban desde la plaza principal –la de la Catedral- mientras el grueso de
las tropas aguardaban su momento desde el bajo donde está la cervecería
Quilmes, y la sede del comando estaba en Bernal, en Santa Coloma.
Rodolfo Merediz era mentado por su severidad. Si habías
alcanzado buenas notas durante el año, el último periodo no tenías calificación
común: te encomendaba un trabajo especial, una suerte de premio-castigo, pues
además de ser un extra, para aprobar la materia estabas jugado a su resultado.
Elegí la entrevista de Guayaquil, y me zambullí en el tomo correspondiente
editado por la Academia Nacional de Historia. Como logro, durante décadas fui
el mejor promedio de historia argentina con Rodolfo Merediz (para conocerlo, aquí enlace a el quilmero).
Psicólogo de profesión, las entrevistas han sido parte fundamental,
y a diario, de toda mi vida.
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